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En mi primer viaje al Amazonas tuve la suerte de conocer a Carlos, indígena nativo colombiano, el cual me propuso «abrir» una nueva ruta en la región amazónica de las tres fronteras: Colombia, Brasil y Perú.

Siete meses más tarde aterrizaba de nuevo en la ciudad colombiana de Leticia, dando inicio así a «La Ruta» que consistiría en una caminata de varios días a través de la impenetrable selva colombiana hasta llegar al río Calderón, lugar donde habitan pequeñas comunidades indígenas brasileñas y donde conseguiríamos una canoa tradicional para descender remando hasta la desembocadura en el río Amazonas. Una vez allí, el objetivo sería conseguir un bote a motor para recorrer la selva inundable peruana. 

Durante nuestro recorrido de 10 días nos alimentamos de lo que la selva nos brindaba, pescando, cazando… bebimos agua de las quebradas, dormimos en mitad de la selva o en las orillas de los ríos que navegamos, tuvimos la suerte de interactuar con pequeñas comunidades indígenas… ¿Quieres saber más? Aquí te dejo mi aventura más extrema y auténtica hasta la fecha.

DÍA 1: La selva nos da la bienvenida.

Tras 15 horas de vuelo desde Madrid y una conexión perdida, por fin aterrizo en la ciudad colombiana de Leticia, donde me estaba esperando mi gran amigo Carlos. Poco después de ponernos al día, tomar un café y comprar un machete, sin dudarlo pillamos un tuk tuk para que nos dejara en el KM22 de la única carretera que hay en la ciudad. A partir de este punto nos adentramos en la selva, comenzando así nuestra aventura.

Los primeros km cayeron lentamente, costaba avanzar por la abrupta vegetación y los numerosos obstáculos. Los 35ºC sumados a la brutal humedad fueron agotadores, pero es el peaje que hay que pagar para disfrutar de este entorno natural y su increíble fauna.

Poco antes de la puesta de sol , decidimos parar y montar el primer campamento cerca de una pequeña quebrada. En este punto, Carlos me mostró su gran habilidad para pescar a golpe de machete y como cocinar el pescado a la patarasca (plato típico de la región amazónica, que consiste en cocinar el pescado envuelto en hojas de banano) que sinceramente… estaba buenísimo.

Sobre las 19:30pm era noche cerrada y la única luz que teníamos era la del resplandor del fuego y la que proporcionaban nuestros frontales, el sonido ambiente de miles de insectos mezclados con las gotas de lluvia que caían sobre la lona creaban la orquesta natural más bella que uno puede escuchar… no sé si fue por el jetlag, el cansancio o simplemente la relajación que proporciona la naturaleza, pero en menos de 5 minutos estaba en coma profundo.

DÍA 2: GREEN HELL.

Amanece por primera vez en nuestra ruta, son las 5:30am y los tenues rayos de sol se escurren entre la impenetrable vegetación acompañada de cantos de pájaros y gritos de monos. Contra todo pronóstico he dormido genial, y menos mal… porque hoy toca la tirada más larga de toda la ruta, nada más y nada menos que 25km selva a través. Pero antes de partir toca tomar un café y comer algo… más concretamente gusanos mojojoys. (El gusano mojojoy se encuentra dentro de los troncos de palma y gracias a su alto porcentaje de proteínas y vitaminas le ha llevado a ser un alimento fundamental  en la región amazónica desde tiempos ancestrales). 

Comenzamos la tirada larga, y como era de esperar toda la belleza que tenía la selva al amanecer se disipó a los pocos minutos… los cantos de los pájaros fueron eclipsados por el sonido de las chicharras y los tenues rayos de sol se convirtieron en un verdadero infierno según se acercaba el medio día. 

Afortunadamente, nunca me han picado los mosquitos, bueno… más concretamente nunca me han hecho reacción sus picaduras, pero aquí es otro mundo. Los mosquitos amazónicos son verdaderos asesinos, mientras estás en movimiento no te molestan, pero amigo… que no se te ocurra pararte a echar un trago de agua, cuando te quieras dar cuenta tendrás cientos de ellos alrededor de todo tu cuerpo, y no te creas que la ropa les va a parar. 

 

Pasaron y pasaron los kilómetros, y con ellos los litros de agua bebidos… cada quebrada fue una parada obligatoria para llenar la botella (INFO ÚTIL: durante mi recorrido lleve una botella de agua con filtro de carbón activo, ya que el agua que bebería sería de directamente de ríos y arroyos. Cada vez que llenaba los 1,5l le añadía 2 gotas de hipoclorito / lejía. Spoiler, durante todo mi viaje no tuve ningún problema estomacal, por lo que puedo afirmar que funciona ).

Anduvimos durante todo el día, desde las 7am hasta las 17pm hasta llegar a una cabaña indígena, cuyo propietario no se encontraba allí, por lo que decidimos usar su techo para resguardarnos de la tormenta que se avecinaba y pasar ahí la noche. 

Este día fue extremadamente duro, concretamente el más duro de todo el viaje. La gente que me conoce sabe que no me suelo quejar de nada y menos en lo que actividad física se refiere, porque otra cosa no, pero tengo bastante ego deportivo… pero de verdad, este tramo de la ruta fue muy exigente, el calor, la humedad, los mosquitos / zancudos,  los tábanos, las hormigas de fuego… hicieron de este día un auténtico cóctel de incomodidad y sufrimiento.

DÍA 3: UNA CANOA SIN REMOS

Nos despertamos con los primeros rayos de sol dejando atrás la noche, la cual paso rápidamente, casi como un parpadeo. Desayunamos, nos preparamos y partimos con los pies llenos de ampollas. 

A los pocos kilómetros llegamos por fin al río Calderón, nuestro primer objetivo. Mientras recorremos su ribera nos topamos con una casa habitada en la orilla contraria, la primera desde que salimos de Leticia. Tras negociar desde la lejanía, finalmente el propietario se ofrece a ayudarnos a cruzar y nos indica que a una hora de camino de su casa vive una persona que nos podría dejar una canoa, así que tras tomarnos un café con el hombre salimos de nuevo en busca de la canoa.

Sobre el mediodía «cumplimos» nuestro segundo objetivo. Conseguimos una canoa, pero era demasiado pequeña e inestable para dos personas, por lo que decidimos navegar durante unas 3 horas con ella hasta llegar a la casa de los padres de Carlos, donde allí si conseguiríamos una canoa acorde al trayecto que queríamos hacer.

A nuestra llegada a la casa familiar, aprovechamos para resguardarnos de la tormenta que y comer un buen plato de arroz con patacones y carne de armadillo, que sinceramente… estaba brutal, el armadillo tenia un sabor similar al jamón serrano, solo que mucho más seco. 

Con todo preparado y cargado en la nueva canoa, al subirnos nos damos cuenta de un pequeño detalle… no tenemos remos… ni tampoco tiempo que perder, así que la solución estaba clara, había que fabricar unos a partir de unos tableros a golpe de machete. La tarea nos llevó casi una hora, alguna que ampolla en las manos y un par de astillas de recuerdo entre los dedos. 

Con nuestra obra de artesanía terminada nos lanzamos de nuevo al Calderón, dando lugar no solo a la etapa más bonita de todo el viaje, sino a una de las más auténticas de toda mi vida. La selva se comía literalmente el río, creando puentes de árboles de una orilla a otra por donde cruzaban monos aulladores. Cientos de aves de todos los colores se cruzaban en nuestro recorrido, tucanes, martines pescadores, guacamayos… Las mariposas morpho se contaban por decenas, sus alas de casi 12cm de color azul  metálico contrastaban a la perfección con las aguas negras del Calderón. 

Poco antes de que la noche entrara en escena y los frontales fueran obligatorios, cruzamos la frontera brasileña. Durante el descenso aprovechamos para conseguir parte de la cena y desayuno, como esta sabaleta y este despistado sapo hualo en una de las orillas del río . 

Cuando el cansancio y el dolor de espalda nos impidieron seguir remando, decidimos acampar en la orilla del río, justo… en la única zona de la selva que nos habían «prohibido» al estar supuestamente encantada por los espíritus de unos indígenas que murieron años atrás en extrañas circunstancias. 

DÍA 4: COMUNIDADES INDÍGENAS BRASILEÑAS.

Amanece un nuevo día en el Amazonas sin ningún percance nocturno… los espíritus nos dejaron descansar en paz. Nunca he estado en un sitio donde la superstición afecte tanto a la gente local, y tengo que reconocer que pese a no creer en nada, es curioso como esa energía se llega a contagiar, por lo menos durante los minutos previos a quedarme dormido… que no fueron más de diez. 

Tras preparar un desayuno a base de sapo, pescado, banana y papaya, nos pusimos en marcha de nuevo.

La segunda jornada de remo comenzó con una gran lluvia que inundaba poco a poco nuestra embarcación, sin embargo, recorrer el serpenteante río Calderón bajo estas condiciones meteorológicas fue algo hipnótico.

Transcurrieron unos 17km/3h hasta que nos topamos con la primera comunidad indígena «poblada» llamada Jutaí, porque hasta ahora solamente habíamos encontrado casas aisladas donde no vivían más de dos personas. A nuestra llegada la gente se puso algo nerviosa, no están acostumbrados a recibir visitas y mucho menos de un europeo con pendientes y lleno de tatuajes como yo, pese a ello, nos atendieron con una comprometedora cortesía. Mientras recorríamos la comunidad, la gente se metía en sus casas y nos espiaban desde las ventanas, fue entonces cuando un hombre se acercó a nosotros y nos preguntó si éramos policías, a lo que lógicamente respondimos que no. A partir de ese momento todo cambió, la gente se relajó y la comunidad volvió a su rutina… no me quiero imaginar lo que les llevaría a tener tanto miedo a los agentes de la autoridad.

Antes de continuar nuestra ruta, aprovechamos para charlar con la gente que se mostraba más receptiva para buscar información de las próximas comunidades y cuantos kilómetros nos quedaban hasta la desembocadura en el río Amazonas, sacando dos respuestas en claro, nos quedaban unos 50km hasta llegar a Belén (ciudad en la orilla del río Amazonas y desde donde saldríamos en bote a la selva inundable peruana en 2 días) y que la siguiente comunidad indígena sería Piranha (una población que valora su privacidad y aislamiento por encima de todo, por lo que alguien como yo no sería bien recibido. La comunidad recibe este nombre porque hace unos años se limaban los dientes para asemejarse a los de las pirañas).

Dejamos atrás Jutaí para proseguir con nuestra ruta. Durante el recorrido nos topamos con un bote a motor el cual se ofreció a llevarnos a Nueva Esperanza, una pequeña comunidad indígena a pocos kilómetros de Belén, nuestro destino, por lo que decidimos cargar nuestra canoa encima de su bote y ahorrarnos una jornada entera de remo.

El trayecto duró unas 3h30min y fue sinceramente increíble, el conductor del bote conocía atajos a través de la selva. En esos pequeños laberintos de agua inmóvil y negra color café, la vegetación de las orillas se reflejaba como en un espejo, dando lugar a un escenario al más puro estilo Tim Burton.

Sobre las 16:30 llegamos finalmente a nuestro destino, Nueva Esperanza. Una vez allí, buscamos a un conocido de Carlos llamado Duber para poder acampar en su propiedad y conseguir algo de comida decente. El resto del día transcurrió entre conversaciones con al gente de la comunidad sobre la vida y la rutina. Personalmente fue uno de los momentos más interesantes del viaje, por unas horas sentí como si me hubiese trasladado decenas de años atrás, hablando sobre como cazar para sobrevivir y sobre como proteger o crear una familia… conversaciones donde mis respuestas no convencían a nadie más que a mí. 

DÍA 5: UN TRAFICANTE DE ÓRGANOS EN NUEVA ESPERANZA.

Comienza nuestra jornada de descanso antes de continuar nuestro viaje por la selva inundable peruana. La mañana transcurre con relativa tranquilidad, aprovechamos para conocer la comunidad indígena, hablar con la gente y recolectar açai.

Por la tarde, ocurrió uno de los momentos más incómodos del viaje. Un chaval me dijo que en el colegio del pueblo había «wifi» (el gobierno brasileño ha creado una iniciativa para facilitar el acceso a la educación básica en las comunidades indígenas aisladas, instalando conexiones wifi por satélite para así poder dar las clases escolares online). 

Cuando estaba en el edificio donde había conexión a internet, el «segurata» bastante alarmado con mi presencia, llamó a otras dos personas y comenzó un interrogatorio bastante incómodo… como era de esperar, no estaban acostumbrados a que gente como yo apareciera por ahí, pero si a eso le sumas que hay una gran creencia sobre que la gente blanca llega a las comunidades para traficar con órganos y sacar los ojos a los indígenas, pues el resultado fue una larga y peculiar conversación en portugués – castellano, sobre mis intenciones y de porque no tenía ningún interés en los órganos de la gente de la comunidad.

 Afortunadamente todo se aclaró, ellos se relajaron y yo conseguí la clave wifi para poder hablar con los míos tras 5 días sin dar señales de vida.

DÍA 6: SELVA INUNDABLE PERUANA.

Nos despierta la alarma sobre las 3am y nos ponemos rumbo a Belén. Una vez allí, tocó buscar un fuera borda que nos llevará hasta Tabatinga (ciudad brasileña próxima a la frontera colombiana). Durante el trayecto tuvimos la gran suerte de poder ver el amanecer sobre el río Amazonas con todo su esplendor. El naranja flúor de los primeros rayos de sol se difuminaban a la perfección con las aguas del color plata, creando así una estampa digna de postal.

Una vez amarrados en el caótico puerto de Tabatinga, tocó buscar una segunda embarcación para que nos llevará aguas arriba por el río Yavarí (Perú), adentrándose en las laberínticas quebradas de la selva inundable.

Después de una jornada entera navegando, por fin llegamos a nuestro destino donde montamos un nuevo campamento en mitad de la selva. A diferencia de la selva «profunda» aquí la vegetación es mucho más baja, menos frondosa y lógicamente… estaba toda inundada, por lo que los mosquitos de aquí están totalmente asalvajados. Aquí los mosquitos directamente te apuñalan, cada picadura se asemeja a un perdigonazo, especialmente en la puesta de sol. 

Por la noche, mientras pescábamos a golpe de machete (técnica que consiste en golpear a los peces despistados en la orilla para dejarlos aturdidos y cogerlos con la mano) nuestra comida del día siguiente, nos dimos cuenta de que habíamos acampado al lado de decenas de pares de ojos rojos, lo que solo podía significar una cosa, estábamos rodeados de caimanes. Aceptando la nueva compañía de esta noche, aprovechamos para coger algún ejemplar pequeño para poder disfrutar de su belleza antes de soltarlo… no queremos tener que dar explicaciones a las madres de 3-4 metros.

DÍA 7: TARÁNTULAS, PIRAÑAS, MONOS Y SERPIENTES.

Es noche cerrada, la oscuridad se ha apoderado de la selva y la orquesta de insectos, ranas y sapos hace que los pequeños pasos de una «pequeña» tarántula por mi hamaca pasen desapercibidos, por lo menos, hasta que estaba tan cerca de mi cara como para poder sentirla. Al principio, no tenía muy claro lo que era, así que lentamente cogí el frontal que tenía pegado a mi muslo y la alumbré… cuesta describir el escalofrío que se siente cuando ves una araña peluda del tamaño de tu mano a escasos centímetros de tu cara. Tras respirar hondo, apagué de nuevo el frontal y con la mano libre agarré una hoja del suelo para así, poder coger a mi nueva compañera de cama y tirarla fuera de la hamaca, pero el plan que tenía en mi cabeza no salió tal y como pensaba… Al notar el contacto de la hoja, la tarántula cayó sobre mi pecho. Sinceramente, creo que nunca en mi vida había tenido tanta velocidad de reacción, al segundo estaba a 10 metros de la hamaca. No voy a negar que la imagen desde fuera tuvo que ser bastante cómica, de hecho, de no haber sido yo me hubiese reído como un cabrón. Después de comprobar que no seguía adherida a mi pecho y que no estaba por la zona, volví a meterme en la cama, pero estaba vez me puse una chaqueta, dejando solo libre la nariz para respirar y así sentirme algo más seguro, tan seguro como el niño que se arropa con una sábana para protegerse de los monstruos nocturnos que acechan su cama

Tras mi encuentro nocturno, desayunamos y nos pusimos de nuevo en marcha para seguir recorriendo la selva inundable peruana. Aprovechamos para pescar pirañas y visitar La Aldea, una pequeña reserva en mitad de la selva repleta de vida.

Por la noche, acampamos de nuevo en un «islote» rodeados de caimanes, serpientes y millones de insectos. 

DÍA 8: RESERVA NATURAL CAMUNGO.

Amanece poco a poco, mientras que los primeros rayos de sol hacen de despertador en mitad de la selva. Antes de ponernos en marcha, hacemos una hoguera para preparar un desayuno a base de pescado y café. 

Nos pasamos la jornada navegando las quebradas del río Yavarí hasta llegar a nuestra última parada, la Reserva Natural de Camungo. Por primera vez en más de una semana vamos a dormir en una cama de verdad. 

Después de darme la primera ducha en un lugar seguro, donde no tengo que estar pendiente de que ningún animal salvaje pueda atacarme, nos fuimos a pasear por la selva en busca de fauna salvaje.

Por la noche, antes de caer en coma profundo en la cama, el dueño de la reserva nos invitó a unas cervezas relativamente frías. Estuvimos charlando durante horas sobre la vida, las tradiciones y nuestras diferencias, que al final no resultaron ser tantas…

DÍAS 9 Y 10: REGRESO A LETICIA Y VUELTA A ESPAÑA.

Tristemente, llegó el último día de la expedición. Tras el desayuno nos pusimos en marcha dirección Leticia, pueblo donde comenzó nuestra aventura. A nuestra llegada al puerto, fuimos a darnos un homenaje a base de carne un restaurante próximo. Una vez ya con el estómago lleno nos despedimos… Pese a no ser un momento triste, sí hubo cierta nostalgia, ambos sabíamos que de volver a vernos sería dentro de mucho tiempo.

Carlos es muy buena persona y un experto en lo que a moverse por la selva se refiere. He tenido una gran suerte de coincidir con él y aprender parte de su gran conocimiento de todo lo que rodea al Amazonas. Si estás interesado en conseguir su contacto no dudes en contactor conmigo, te lo facilitaré sin problemas.

CONCLUSIÓN

Tengo la suerte de tener un trabajo que me permite recorrer el mundo entero y creó que ya tengo una visión lo bastante global como para poder afirmar que la región amazónica de las Tres Fronteras es una de las más bellas, auténticas y salvajes de todo el mundo. 

Poder haber recorrido y navegar el interior de esta impenetrable selva ha sido todo un privilegio que no se puede subestimar a la ligera, es un entorno lleno de peligros: animales, insectos, plantas venenosas, «enfermedades», ramas que se caen de árboles de más de 40m… Está claro que hacer una ruta así sin una persona experimentada a tu lado es un suicidio. 

Si algo me ha impresionado, fuera de la belleza natural del lugar, es el poder haber compartido parte de la ruta con la gente de las comunidades indígenas como Jutaí o Nueva Esperanza. Sinceramente, ha sido lo más auténtico de todo el viaje… comprobar su hospitalidad, ver su rutina y su forma de ver y entender la vida es algo que no olvidaré jamás.

Si has llegado hasta aquí y sientes la llamada del Amazonas no dudes en ponerte en contacto conmigo, te facilitaré el contacto de Carlos y toda la información que puedas llegar a necesitar. Gracias por haber llegado hasta aquí, un saludo.

LA RUTA